Por Luis Carlos Núñez Guerra
Era el doceavo mes de un año muy remoto. Las nubes cubrían con su masivo manto toda la cordillera, que era vasta, desolada y más fría a cada metro que los dos viajeros recorrían.- No siento mis dedos hermano querido - Dijo el hermano menor. Sus movimientos eran rígidos, y sus pasos manifestaban una pesada inconformidad. Aún con el poderoso abrigo cubriéndolo, el frío iba penetrando lentamente la coraza, la sangre había dejado de irrigar como era correspondido las puntas de los dedos. El hermano menor sintió apenas un hormigueo, que minuto a minuto, pasó a transformarse en dolencia.