viernes, 28 de septiembre de 2018

La Montaña de Accab

Por J.M. Ramzzo




- Buenos días una cerveza de malta -
- No eres de por aquí ¿Verdad? -
- Así es, vengo de las tierras de Sajta -
- Vaya es un poco extraño ver viajeros de por esos lugares; supongo que no esta de más, pero... tendré que darte la advertencia que le hago a todos los hombres que como tu que llegan a mi taberna... -
- Lo se, he escuchado las historias... Discúlpame, pero no me interesa -
- No se que circunstancia te haya hecho pensar que este viaje es buena idea, pero créeme, es doloroso ver como a diario vienen y vienen cientos de personas, pero jamás regresan -
- Creo que será un riesgo que tomare, ¿Cuanto es por la cerveza? -
- La invita la casa -

Constantino salio de la taberna y regreso a su caballo negro llamado Cronos, una larga travesía a la montaña de Accab le esperaba; cientos de historias se han contado acerca de esa misteriosa montaña, es la leyenda predilecta contada por peregrinos y viajeros de todos lugares, nadie sabe con exactitud que es lo que se encuentra en la cima de aquel coloso, pero de algo tienen certeza, nadie ha regresado jamás. Era un viaje sin retorno en la que uno se enfrascaba cuando ya no tenía propósito por el cual existir, cuando se perdía todo; la familia, el poder, las riquezas. 

Constantino camino a Accab recordaba su vida, pensaba en su mujer, en su hijo; no recordaba los nombres pero si sus rostros de forma difusa, la frustración de no poder mantener los recuerdos de sus seres queridos lo atormentaba, veía imágenes fugaces del deceso, del momento en el que ambos fueron colgados del cuello en un roble viejo junto con varios cadáveres a su alrededor. Tiempos oscuros atormentaron durante mucho tiempo el reino de Melsis; innumerables guerras mancharon de rojo carmesí el suelo, y grandes caballeros que en su tiempo fueron honorables héroes; terminaron muertos en el mejor de los casos o perdiendo el rumbo como era el caso de Constantino.

Tras perder a su familia y humillado por el enemigo Constantino desapareció de su tierra natal, viajo durante años sin rumbo fijo hasta que por inercia termino camino a la montaña de Accab.

Un pasaje áspero prevalecía en el camino, las rocas hacían difícil andar a caballo, Constantino bajo de él para evitar que el viejo equino sufriera de cargar el peso extra; un corcel negro que se mantuvo junto a su amo en los momentos de vida o muerte, su fiel amigo con cicatrices de guerra, Cronos perdió un ojo en batalla, uno creería que ahí terminaría sus servicios, pero no, fue el quien camino a su lado pese a las desgracias. En un invierno cuando los bárbaros atracaron el poblado cientos de caballeros pusieron frente, pero ni la armadura más dura ni la espada más afilada pudo con la bestialidad de aquellos hombres, niños masacrados, mujeres violadas y hombres que vieron a sus familias morir frente a ellos; en aquel momento Constantino se encontraba fuera de la ciudad por un encargo del rey, se entero demasiado tarde acerca del ataque y cuando llego solo encontró cenizas de un fuego que jamás debió apagarse, a lo lejos visualizo un grupo de bárbaros y a su hijo y esposa junto con ellos, desnudos y tratados como viles animales leprosos, signos de tortura marcaban sus espaldas y lo que una vez fue una bella mujer se postraba en el lodo llorando y temblando con sangre entre las piernas y unos ojos quebradizos. Constantino no pensó y solo actuó, blandió su espada, grito de ira y montado en Cronos se dirigió con gran velocidad aquellas criaturas sin alma, elevo su espada y de un tajo mutilo la cabeza de un bárbaro, la adrenalina y el olor a ceniza agudizaba sus sentidos, esa rabia lo hizo descuidado y un par de flechas derribaron a Cronos, la velocidad en la que iba hizo que cayera con fuerza quebrando sus costillas, el aire le hacía falta, sangre, su boca sabía a sangre, ignorando todo sentimiento de dolor se puso de pie pero un par de hombres de más de dos metros lo golpearon con brutalidad en el estomago, lo pusieron de rodillas y frente a él; colgaron a su esposa e hijo, no satisfechos perdonaron su vida sin antes romperle los talones, tirado y humillado todo significado de existencia se perdió. El rey con miedo a sobreponerse a aquellas bestias ignoro lo que paso en esa ciudad y simplemente la dejo a merced de carroñeros y saqueadores. 

Durante días Constantino fue un paria, ladrones de poca monta robaron partes de su hermosa armadura plateada, despojaron de el hasta lo más insignificante, fue cuando Cronos herido se acerco junto a el y se recostó a su lado, ambos seres ahora perdidos vieron durante varias noches el inmenso cielo que los rodeaba, tal vez aun respiraban en este triste páramo, pero ambos habían muerto mucho antes. 

El viaje hacía la montaña de Accab era una búsqueda espiritual, Constantino escucho una vez a un hombre en una de sus travesías; menciono que aquel lugar era un puente entre el mundo físico y el de los muertos; que por aquella razón muchos viajeros y peregrinos se encaminaban ahí, en la punta más alta se reunirían con el difunto para juntos emprender el viaje hacía las estrellas y ser un astro incandescente capaces de guiar a los hombres perdidos que con suerte no correrían el mismo destino que ellos. 

Constantino con determinación camino durante horas el extraño monte, en un principio se guiaba por el camino marcado, cuando perdió el camino se guió por instinto; no paso mucho tiempo cuando el sentido de orientación dejo de hacer presencia, norte, sur, este y oeste era inverosímil, la espesura del bosque tragaba y consumía todo;
- Constantino, ya era hora, has tardado demasiado - 
- ¿Padre? - 
- No me llames así, dejaste morir a tu familia y deshonraste nuestra sangre al venir aquí - 
- Yo... no se que hacer... - 
- Un hombre sin rumbo no es un hombre, ¿Sabes lo que nos hace diferentes a los animales? que nosotros necesitamos un motivo que nos obligue a caminar en la tierra, siempre deseamos algo y cuando dejamos de desear, la humanidad se pierde - 
- De... que hablas... - 
- Mira a Cronos, el no desea nada, existe y te sigue porque así lo diseñó la naturaleza, la arquitectura de la creación lo doto de cuatro patas, un lomo y la suficiente fuerza para serle útil al hombre, fuera de eso es un ente inerte que no desea nada, no es sino hasta que le damos un nombre y nos apropiamos de él que tiene motivación, y si el dueño pierde motivo muere con el, míralo... - 

Constantino regreso sobre si, agitado y confundido giraba para todas partes desorientado, a lo lejos escuchaba los relinchos de Cronos, sin saber a donde ir, desesperado buscaba a su amigo; 
- ¡Cronos! vamos amigo, no me dejes sólo, no ahora - 
Trató de seguir sobre sus pasos pero no sabía a donde dirigirse
- ¡Maldita sea! ¡Mierda! - 
Constantino cayó destruido, se sentó bajo un árbol observando el lugar donde estaba, su cabeza era una nebulosa de sentimientos entre tristeza, soledad y decepción; se le hacía inaudito que la existencia del hombre se resumiera en la miseria, en caós e incertidumbre, le parecía injusto la existencia, un rey no tiene porque preocuparse, sus caballeros morirán en su nombre si es necesario pero ¿Quien pelearía por nosotros?

De pronto comenzó a llover, las lagrimas de Constantino se fundieron con el agua, un charco se formo, poso su rostro frente a él y su figura observó; una gran barba gris cubría la mayoría de la cara, una extrañeza invadió su cabeza, se quito los guantes y brazaletes que lo cubrían y unos dedos huesudos y decrépitos lo recibieron; 
- ¿Por.. cuanto tiempo he estado aquí? - 
- Siempre has estado aquí - 
una voz resonó dentro de su cabeza
- No lo entiendo - 
- Desde el momento que moriste en aquel lugar, dejaste de existir - 
- Pero si he muerto, ¿Por que sigo aquí? - 
- ¿Donde es aquí? - 
- En este lugar, en el mundo de los humanos - 
- No hay mundo de los humanos, solo son parásitos que se auto-nombran dueños de algo que nunca les ha pertenecido - 
- ¿Entonces estoy muerto? - 
- Muerto es algo que ya no tiene vida, y es algo de lo que careces, ya no importa si respiras o no, eres un muerto - 
Un espasmo azotó a Constantino, se levanto del lodo y frente a el se encontraba Cronos; 
- Lo comprendes ahora - 
- ¿Cronos? - 
- Este siempre fue tu destino Constantino, luchaste por las ordenes de alguien ajeno a ti, que ni siquiera llego a conocerte; de alguna forma se podría decir lo mismo de mi, pero nunca te preguntaste ¿Por que luchar? - 
- No... - Constantino bajo su miraba hacia el charco donde su imagen se distorsionaba por las gotas de agua que caían. 
- Porque así es la naturaleza, nace de la destrucción y perece gracias a ella - Unos brillosos ojos rojos resaltaban de la cabeza del caballo, truenos y relámpagos iluminaron la ahora oscura noche. 
- Ahora, acaba conmigo - 
Constantino no lo entendía, pero desenfundo su vieja espada oxidada y se desprendió de sus harapos para quedar desnudo, fundido con el bosque miro por última vez a su fiel amigo Cronos, este se poso sobre dos patas; dejo salir el relincho más terrorífico que humano haya escuchado y cargo contra Constantino, ambas fuerzas chocaron con tal fiereza; una espada clavada en el vientre de un caballo y un hombre con el brazo desquebrajado salpicando de sangre el suelo, los charcos de agua se pintaron de rojo, el equino cargo de nueva cuenta ante el funesto ser que una vez fue su amo y de un mordisco arranco parte de su rostro, la piel desmenuzada de la mejilla dejaba ver los dientes amarillos y quebrados de Constantino, con su brazo roto y un último aliento agarro su espada del suelo y antes de recibir de nueva cuenta una mordida clavo con precisión la punta del viejo trozo de hierro en el cuello del caballo, el peso del animal tumbo a Constantino y quedo atrapado bajo Cronos; este respiraba de forma agitada, comenzó a vomitar y retorcer sus patas de forma grotesca, de su vientre salieron cientos de serpientes que se perdieron en el bosque, Constantino peleaba por no ahogarse entre la sangre y el vomito negro que emanaba del equino, con la espada corto su cabeza y abrió su traquea para poder escapar. Una vez de pie se dio cuenta que había perdido a su único amigo, contemplo la semejante escena que causaron en el piso, y una pequeña daga dorada se asomaba del vientre del caballo, lo agarro y sin pensarlo dos veces lo enterró en su ojo izquierdo, un éxtasis fundido con el dolor más agudo inundo el cuerpo de Constantino; un simbolo, un emblema del hombre y la fiera ahora unidos por la sangre.

La noche inundaba la montaña de Accab, el tiempo se trastorno de forma extraña los arboles se marchitaban con rapidez, animales en descomposición inundaban el panorama, Constantino perdió el cabello y todo rastro de pelo, lo que una vez fue un fuerte caballero con voluptuoso cuerpo ahora se resumía a un viejo decrepito pálido y lampiño con un brazo roto, una mejilla arrancada y la hendidura negra del lado izquierdo en su rostro, un conjunto de huesos que se arrastraba a lo más alto de una montaña que no parecía tener fin.

Los instintos primitivos volvieron, los años de evolución se perdieron y la necesidad de sobrevivir era lo que prevalecía, el pensamiento y raciocinio no tenía cabida en aquella montaña; las leyes de la física no existían, serpientes que flotaban en el negro cielo, arbustos que susurraban sin parar cientos de nombres, colores inexistentes formaban figuras y rostros en el suelo arenoso del sitio; risas que no paraban.

Constantino estaba cansado, en su mente no existía ningún tipo de pensamiento, continuar solo debía continuar, seguir sin saber a donde ir, el único ojo que le quedaba fallaba, su visión borrosa le hacia imposible distinguir a donde debía dirigirse, pero finalmente, y por mucho tiempo vislumbro un rayo de luz que se asomaba calladamente entre las hojas de los arboles, Constantino con la poca fuerza que le quedaba tomo marcha rápida; a su mente regreso su hijo, su esposa, su caballo; estaba emocionado, no lo entendía pero no le interesaba, tras traspasar el bosque se encontró a si mismo en el barranco final de la montaña, una enorme sonrisa invadió el frágil rostro de Constantino, se sentó en el filo y contemplo con fascinación su tan buscada respuesta; nada no había nada.

Fin.



J.M. Ramzzo 

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