martes, 25 de diciembre de 2018

El Juguetero

Por Luis Carlos Núñez Guerra

Era el doceavo mes de un año muy remoto. Las nubes cubrían con su masivo manto toda la cordillera, que era vasta, desolada y más fría a cada metro que los dos viajeros recorrían.

- No siento mis dedos hermano querido - Dijo el hermano menor. Sus movimientos eran rígidos, y sus pasos manifestaban una pesada inconformidad. Aún con el poderoso abrigo cubriéndolo, el frío iba penetrando lentamente la coraza, la sangre había dejado de irrigar como era correspondido las puntas de los dedos. El hermano menor sintió apenas un hormigueo, que minuto a minuto, pasó a transformarse en dolencia.



La ventisca de los páramos del norte se alzó a su gusto sin misericordia ante los peregrinos, quemando a toque de hielo sus rostros, picando sus pieles a cincel penetrante con aguda escarcha blanca. Nieve le decían.

- Aguanta un poquito más hermano menor, tus pasos serán bien recompensados una vez que lleguemos a donde vamos - Le decía con sublime calma el hermano mayor a su hermano menor. Las cortas piernas del menor apenas podían seguir frente a tanto esfuerzo, fue tal vez que su voluntad quería salir despedida en alguno de los soplidos de los incontables bravos aires del norte.

Muy temprano en el viaje, lo que se perdió de vista fueron los pastizales verdes y las lindas caricias de la luz diurna, ya después en algún punto solo encontraron suelo apenas capaz de albergar vida verde. Ni verde ni blanco, las primeras texturas boreales que encontraron fueron finas capas de pasto llano y raso, originales de la tundra septentrional. Obvió fue, que ya no vieron bosques en donde ya no había árboles y tampoco vieron lobos en donde ya no había animales. Días después, uno de ellos, socavado por la curiosidad, se atrevió a mirar para concebir qué es lo que había atrás, y grande fue su sorpresa al ver que, tanto el horizonte boreal, como el horizonte austral, eran idénticos, donde estaba blanco y congelado por delante, estaba helado y muerto por detrás.

Abajo, las piedras, los riscos, las mesetas, las montañas, las cuencas, las cordilleras, los cañones y todo lo que hiciera ras con la tierra vestía al paraje de un atuendo uniforme blanco; arriba, las nubes, el cielo y la luna remataban el poder del asfixiante color claro. En las alturas el blanco se extendía hasta donde el infinito llegara. Otro día el hermano mayor despertó alarmado, no había sido una pesadilla, ni tampoco un sueño, pero la razón se le tambaleo al darse cuenta que al consumar el sueño no había diferencia entre lo que veían sus ojos ahí cerrados y lo que veían abiertos ahí despierto. Solo había blanco.

Al principio midieron el tiempo con las puestas de sol, pero cuando vieron que el sol se perdió entre nubes y nevasca confundiéndose con la luna, intentaron mejor contar sus sueños; pero cuándo lo que había entre sueños y vigilia se confundía decidieron mejor contar sus pasos solo para al menos así medirse a sí mismos.

- Hermanito... Hermanito... Hermanito... ¿Es cierto lo que dicen de él hermanito? - Preguntó el hermano menor con gran fulgor en su mirada, se detuvo a esperar lo que el hermano mayor fuera responderle. Al cabo de un pequeño instante el hermano mayor contuvo su andar, bajó los brazos y le miró para responderle

- Lo que dicen de él tiene que ser verdad, nuestra creencia vino de las enseñanzas de mamá, y ya vez cómo nuestro abuelito se emocionaba relatando cuentos y fantásticas anécdotas que le pasaron cuando él venía al pueblo, mi fe está en él mi hermanito querido. Y te acuerdas de la vez que papá también nos decía que no fuéramos a hacer una burrada porque él se enteraría y la pasaríamos mal - El pequeño se sonrió y volvió a preguntarle - ¿Cómo crees que nos reciba? -

- Con un banquete, estoy más que seguro hermanito

- Yo quiero ser quien le pida primero el deseo

- Y lo serás hermanito menor

- También quiero hacerle muchas preguntas! ¡Ay, me muero de ganas por saber cómo le hacía para hacer todo lo que nuestra familia nos contaba!

- Hermanito?

- Mande hermano?

- Ya no sientes de nuevo los dedos de los pies?

El hermano menor calló un rato, se tomó el instante para buscar un lugar en dónde las botas no se hundieran por la nieve, en seguida sacudió las piernas e hizo un mediano esfuerzo para mover los deditos de sus pies. Unos momentos pasaron antes de que le indicara a su hermano que todo estaba bien, que solo era un hormigueo que había sentido. "Me parece que todo sigue bien" le dijo después a hermano mayor.

En sus espaldas cargaban bestiales mochilas que fácilmente podían confundirse con alguien de mitad de su tamaño recostado sobre sus hombros, en ellas había lo más básico que fueran a requerir para las semanas de viaje, resumiéndose todo a pan, agua y uno que otro objeto chusco. Seguían andando y la nieve los cubría, al caminar parecían riscos que se movían a merced de los soplidos del viento, como gigantescas tortugas color blanco paseando en una playa plateada.

- Nuestra fe evita que en realidad nos perdamos hermanito, ya ves cómo no era nada eso de los dedos. Era solo un hormigueo -

- Pero es que no los sentía hermano. Perdóname -

- Esta bien, está bien hermanito, ya paso, ya paso -

Millares de metros caminaron sobrellevando los erráticos vientos agudos hasta que, por la mejor de las coincidencias, los cielos se abrieron, y las nubes se marcharon, y la ventisca se fue. Y había una estrella, su nombre estaba enterrado en un vasto archivo de historia y memorias falsas, los hermanos sabían que tenían que seguirla si no querían desviarse del norte. A dónde los pasos fueran en su búsqueda, el fin del mundo septentrional estaría bajo sus pies. Una vela con una flamita tenue y chiquitita que apenas hacía acto de presencia y que iluminaba lo que sus ojos no podían ver, un guiño que les indicaba que era por ahí y no por acá si querían llegar a dónde iban, una luna enana que no era ni sol ni era luna. En uno de los libros que los hermanos habían leído, el cual era más dibujos que palabras, estaba escrito un término que denominaba con vaguedad al paraje al que se proponían llegar, decía "extremo polar". ¿Qué era polar? ¿A qué podían llamar polar? ¿Era polar una cualidad o un concepto? No sabían ni ellos mismos el propósito de la palabra, pero vieron que estaba escrita siempre arriba de una esfera, o abajo de la misma esfera. Las esferas eran señaladas en los extremos, "los polos" decían las señales de la ilustración. Se preguntaban si era el de arriba o el de abajo, si era el de arriba había que ser el del norte, y si fuera hacia abajo tendría que ser el del sur. En cuanto a la estrella, nunca supieron cómo era que realmente se llamaba, pero acordaron llamarla con algo que les fuera sencillo de evocar a dónde iban. Polaris.

Las nubes se separaban, dejando ver al principio unos huecos que, al fin, permitían ver con claridad todo el panorama celeste, las manchas de cielo despejado se expandieron hasta que arriba quedó pelón y claro. El firmamento lucía precioso, se veían muchas estrellas incluyendo a Polaris la guiadora y constelaciones que sobresalían sobre el demás granito de estrellas. La inmensa luna flotaba campante, como si fuera la más despreocupada de las cosas dentro de aquel coctel estelar y en un fenómeno muy curioso, alcanzaron a vislumbrar al sol por lo lejos. Sol y luna apareciendo en pareja como dos gigantes ojos que los miraban desde allá arriba, y por el medio de ellos Polaris estaba ahí acobijándolos con su destello platino. Al despejarse, la nieve dejó de evocarles frío, se miraban confusos.

- Hermano mayor... - Dijo el menor de los hermanos pasmado del sublime efecto de aquel instante - Hermano mayor, ¿Sentiste eso? Mis pies, mis manos, mi cara... ¿Hermano mayor? Dime que también sientes lo mismo que yo...

- Sí hermanito. El cielo se ha despejado, y aquí ya no hace frío...-

Voltearon nuevamente arriba, y vieron una aurora boreal. Vieron colores confusos, era como una serpiente gigantesca que surcaba el firmamento y concedía a la vista un bellísimo espectáculo como pocos, por los bordes era morado y tenue, el color se difuminaba hasta perderse en el basto cielo, y por el interior resplandecía un verde fosforescente nítido, una textura fantasmal que parecía como humo de otro mundo. La serpiente estratosférica movía su cola y agitaba con ritmo suave su cuerpo como gusano ondulando en aquel mar estrellado. Al tratar de seguir la línea que formaba la serpiente celeste, se podía apreciar que empezaba en alguna parte del lejano espacio exterior, montañas de altura sobre las nubes que flotaban más cercanas al firmamento. Si se le seguía, bajaba hasta más abajo de las pequeñísimas nubes que habían quedado conglomeradas por ahí, y al continuar descendiendo se afirmaba que, efectivamente, la aurora terminaba en tierra. La aurora hallaba su fin sobre una silueta negra y borrosa que sobresalía de la planicie polar; parecía una construcción por su forma recta con ángulos definidos. El mayor de los hermanos, revitalizado ante la anormal ausencia de frío, tomó de la mano a su hermano y juntos se aproximaron al lugar donde la aurora boreal acababa. Mientras caminaban hermano mayor aprovechó un momento para poner su mano sobre el hombro del hermano menor. Acercándose a él y colocando su frente cariñosamente sobre la de él le susurró con dicha al oído "Ojalá sea el taller, si es así, ya llegamos a nuestro punto de destino. Por cierto, me dijiste que es ahí donde la aurora boreal termina, bueno, yo creo que, en realidad, es ahí dónde empieza".

Una vez ahí, no lograron ver dónde es que terminaba aquel masivo edificio fastuoso, era una revelación, viéndolo por lo lejos lucía chico, pero fue una desproporcionada ilusión de la perspectiva, pues era mucho más masivo de lo esperado. El muro principal de la parte de adelante se perdía a lo izquierdo y a lo derecho entre la neblina, la roca de sus paredes era negra como carbón y oscura como la sombra proyectada en las noches más profundas de los últimos días decembrinos. Los enormes bloques que formaban el muro colocados sobre los cimientos el ras del suelo, parecían haberse hundido lentamente por el efecto de su desmesurado peso al pasar de las décadas. Alrededor, solo había clara escarcha blanca, y arriba, por encima de dónde terminaba la muralla delantera estaba asomándose la serpiente boreal que se perdía en los cielos conforme seguía subiendo hasta llegar a las estrellas. Al no poder mesurar la magnitud del tamaño del lugar, lo decidieron asemejar a una montaña. Castillo tras castillo, torre sobre torre, pared tras pared, el lugar era irrealmente grande. Ventanas adornando la arquitectura, miradores en las alturas, balaustres sazonando las orillas de los pasillos exteriores. Los ángulos coincidían a la perfección, todo cuadraba sin desacuerdo ni disonancia. Recordaron los planos que existían en uno de los libros de su abuelo, las palabras que designaba aquel capitulo dónde los habían visto decían 'Los planos barrocos'. Metros más arriba, había puentes que conectaban puntos de interés de tal forma que una torre se podía comunicar a otra por hasta cuatro diferentes corredores, y para cada extensión de piedra había un adorno, ningún centímetro estaba desperdiciado; los marcos de las ventanas, las esquinas rectas entre dos paredes, las columnas, las barras de los balaustres; todo tenía esculpido figuras y ornamentos, como vestiduras resaltando la finura de un noble vestido de gala para crear interés y asombro al observador. También estaba el imponente negro que, como velo, abrazaba la construcción en conjunto.

Estaba la entrada donde había una gigantesca puerta de al menos tres caballos de altura imponiéndose frente a su minúscula presencia, estaba construida de una madera morena más antigua que cualquier árbol crecido en cualquier otro bosque hayan conocido. Podía ser roble oscuro, nogal o palisandro, despedía un aroma seco y la textura de su superficie se hallaba profundamente agrietada, en la cima se reposaba un grueso arco adornado con interesantes figuras, entre las cuales aparecían dos pequeños hombrecillos que tapaban sus cabezas con un gorro frigio. En medio del arco, estaban grabadas unas palabras que decían "Un abrazo a nuestros invitados, la casa del juguetero los bienrecibe". Las puertas se abrieron y uno de los hermanos, ansioso por haber logrado arribar al legendario taller, dijo

- La dicha invade mi corazón hermano. La verdad perduró, sobre todo, ahora me regocijo en paz al saber que ya estamos aquí. Sacúdete bien, no vas a querer presentarte a él empolvado de nieve y ensuciar su casa -

Entraron. Ya dentro del taller laberíntico, tres días transcurrieron, y al cabo de miles de pasos sin dirección certera, aceptaron que se habían perdido. En el recorrido hallaron el vestíbulo que les dio la bienvenida en su interior, pasearon por extensos jardines vivos en dónde había plantas florales que irradiaban agradables fragancias, "Hueles eso hermano, una vez que los árboles se sienten tranquilos, así es como despiden sus aromas en los bosques antes de caer la navidad" dijo el hermano mayor. Anduvieron por llanos patios empolvados, en uno de ellos, en el centro del claustro había una pequeña campana colgada, el menor de los hermanos le arrojó una piedrecilla, la campana sonó y entre ecos resonó durante horas. Descubrieron comedores vacíos con largas mesas acomodadas en paralelo, los manteles estaban podridos, las sillas se hallaban casi disueltas y en la parte más onda, por el centro estaba un ambón sobre una grada, y detrás de éste había un vitral en el que estaba grabada una imagen de un reno bajo una enorme estrella, a la derecha del reno, por lo lejos estaba un tallercito del que salía humo que ascendía hasta perderse en los cielos. Circularon por salas con pedestales que cargaban piezas de liso alabastro, la mayoría de las figuras tenía fisuras y ninguna estaba completa, otras aparecían destrozadas en muchos pedazos en el suelo. Ascendieron escaleras espirales hasta llegar a uno de los miradores, desde esa altura vieron una construcción que parecía estar por el centro de todo, era grande, y al ser céntrica, muchos caminos terminaban en ella, desde ahí vieron que la aurora boreal bajaba hasta conectarse sobre su techo. Fueron a su búsqueda y entre corredores, giros, espirales, puentes, vestíbulos, torres y otros accesos, al cabo de dos días, llegaron a él. Lucía diferente a la mayor parte de lo demás, las paredes estaban en peores condiciones que los edificios previos, las ventanas tenían menos simetría, esta vez los ángulos eran menos perfectos, las protuberancias de las arcadas carecían de la bellas ornamentas y adornos vistos anteriormente. Empujaron la puerta principal y una vez adentro la maravilla que hallaron conquisto sus cristalinos ojos. El hermano mayor calló en asombro, sacó un pequeño juguete de su mochila, era un muñeco sencillo y antiguo de madera, le pertenecía a él, y antes que él, a su papá, y antes de ser de su papá le perteneció a su abuelo. Besó el muñeco para después decir

- Maravíllate. Quiero que te maravilles hermanito, porque mis sentimientos no pueden creer lo que estoy viendo. Sujeta bien tu corazón y sírvete de lo que está aquí. Mira nada más, el tesoro de miles de sueños se ha revelado ante tí y ante mí, no recibimos el banquete que estoy seguro que esperabas, pero ya paso, ya paso -

- Sujétame hermano, oh sujétame porque creo que de nuevo no siento mis dedos, no, mis dedos no, mi pie, mi pierna, mi torso, mi cuerpo, mi cabeza, mi mente, mis pensamientos. Me desvanezco, no lo puedo merecer. Esta vez no es frio lo que me paraliza, sino el calor que abraza mi palpitante corazón con el calor de miles de años de ensueño. He aquí hermano querido del alma. La leyenda auténtica, el cuento máximo, el fruto de los relatos de nuestro abuelo y su abuelo antes que él, hemos aquí querido hermano, heme aquí, he aquí. Justo aquí estamos. En el taller de Santa -

Adentro, en el vestíbulo habían descubierto el tesoro deseado que todo niño deseoso buscaba después de noche buena, abajo de un colosal pino antiguo que no parecía tener fin que parecía esfumarse en la oscuridad de un infinito techo, crecían montañas de juguetes apiladas unas sobre otras como maremotos congelados, bien pudiera ser espacio de alegres casas, bien pudiera ser espacio de ricas haciendas, pero en su lugar se hallaban juguetes y más juguetes, unos estaban hechos de simple tela, otros de madera nacida de pinos cualquiera, pero así como había juguetes burdos también estaban otros juguetes que tenían adornos de cobre, acero, plata, perlas y oro. Muñecas confeccionadas con el más real de los amores, con sus vestiditos que relucían figuritas y colores ricos en creatividad, su rostro adorable que brillaba por sí solo, parecían hechas por manos hábiles y bien maduradas en el oficio de hacer juguetes. Vieron trompos, baleros, carritos, caballitos, tableros de juego; también fabricados con el mismo contraste en su calidad, pues estaban unos pobremente elaborados y otros irremediablemente bien hechos.

- ¿Traes tu vela hermano? -

- Si, aquí la cargo conmigo-

Buscaron otro acceso en el taller, y lo encontraron. Llevaba a una biblioteca que decidieron ignorar, a lado de la biblioteca estaba un almacén repleto de longevos pergaminos de papiro, en ellos estaban anotados millares de nombres. Marcaban un orden concreto agrupados por la primera letra con el que comenzaba el nombre. Había repetidos nombres como "Amelia", "Amanda", "Abraham", "Argelia", "Azucena,", "Armando", "Abiel", "Adriana", "Alinda", "Ángel", "Amado", "Amapola", "Alondra", "Alberto", "Angela", "Abimael", "Albertina", "Andréi"... en cada sección del cuarto se repartían miles de miles de nombres más inscritos en lienzos desenrollados, siempre siguiendo el patrón de estar acomodados en el orden de la primera letra, "Bernarda", "Belén", "Braulio", "Beltrán", "Benito", "Bromelia", "Benicio", "Bautista", "Bruno"..., y la lista seguía; "Carlos", "Cornelio", "Camilo", "Cesar", "Carlota", "Cecilia", "Claudio", "Clotilde", "Casandra", "Calisto", "Carina", "Clara", "Ciro", "Clemente", "Crescencio"...; y seguía, "David", "Daniel", "Daniela", "Domingo", "Dalia", "Deyanira", "Doroteo", "Diana", "Darién", "Dámaris", "Dionisio", "Dalila", "Dael", "Dinorah", "Débora", "Darío", "Diego", "Diomara"...; imparables toneladas de pliegos apilados enunciando los nombres, "Eros", "Elena", "Efraín", "Erberto", "Eusebio", "Emanuel", "Elías", "Edmundo", "Elisabeth", "Ester", "Ernesto", "Elsa", "Eloísa", "Eladio". En el pasillo que conectaba con aquel cuarto, se asomaba sobre la alfombra uno de los pliegos desenrollado que salió de la habitación, unos nombres estaban escritos en él.

- Mira Hermano! ¡Aquí están nuestros nombres! -

Los leyeron, y siguieron su camino.

Así como estaba el almacén, estaba un cuarto que al asomarse no le encontraron fondo, guardaba ciudades de carbón. En la protuberancia del marco de la puerta, grabado con piedra, habían escrito "Una vez que nos desfallecemos y nuestros cuerpos ya no pueden más, somos reducidos a carbón, las flores crecen y se marchitan, los hombrecillos del taller de Santa también lo hacemos"

Lo leyeron, y siguieron su camino.

Llegaron a un cuartito, con paredes cubiertas de madera, y piso tapizado de paja. Más adelante una imponente ventana desnuda dejaba entrar la clara luz de la luna, en el techo, una claraboya mostraba como iris una noche estrellada y como pupila presumía a Polaris más brillante que nunca, céntrico al cuarto, había un trineo rojo, con patines de oro y dos lámparas en la parte de adelante como faros para guiar el camino, y dentro de él un asiento cubierto de piel de alce relleno de algodón, sobre el asiento se recargaba una ancha estatua. El trineo parecía en plena carga, sujetado por riendas atadas a vigorosas estatuas de renos hechas de platino, uno sobresalía en la cabeza con un rubí colocado a manera de nariz. En sus cuellos, unas letras en cursiva imprimían sus nombres, los de la izquierda del trineo eran hembras y los de derecha eran hombres. Del lado izquierdo seguían este orden "Cometa", "Acróbata", "Trueno", "Brioso", y del derecho "Bailarín", "Juguetón", "Cupido", "Relámpago" y el último, el de nariz de rubí cuyos ojos parecían vivos nombraba "Rodolfo", más abajo de su nombre en letras más pequeñas se escribió "Fiel corcel, más bien leal reno, te apreció mucho querido compañero, tu nariz avivara la noche buena, y comandando estas riendas llegaras a donde mi corazón te ordene. Que los niños de todas las tierras del mundo y de todos los instantes del tiempo canten tu nombre, porque eres el verdadero vicario de mis intenciones. Rodolfo."

Caminaron al asiento del trineo, dónde estaba una estatua y un podio estaba al lado, en él había dictada la siguiente oración

"Aquí descansa el cuerpo de Nicolás de Bari, Santo del regalo, Patrón de la familia y de la unión, juguetero Maestro. Su nombre habrá de cambiar de muchas maneras a lo largo de la historia, no obstante, su espíritu, cada madrugada del amanecer veinticinco de cada último mes del año, jalará este trineo y hará acto de presencia en los hogares de los niños buenos, obsequiándoles juguetes correspondientes al trato que dan a sus corazones obra de sus buenas acciones, dándoles su merecido regalo mientras ellos reposan sus infantes ojitos. Para los que llenen su actuar de impurezas y tentaciones habrá no más que negro carbón, obscuro y opaco carbón igual que el trato que le dan a sus almas."

El segundo párrafo decía

"Mientras haya espíritus convencidos de su incontenible amor, la gracia del Santo Juguetero recaerá sobre nosotros. Crean en él, crean en la familia, en la dicha, en la paz, en la dulzura, en la unión, en la salud, y en lo más importante, en ustedes mismos. Pues de no hacerlo, nada serán más que voces suspiradas que ni a eco se habrán de convertir"

Los dos hermanos se abrazaron, encendieron las velas dejándolas sobre el asiento, el menor de ellos pidió su deseo, acercaron sus labios a la ancha figura que reposaba dentro del trineo, figuraba un hombre rechoncho y angelical, la figura estaba bañada de luz y de ella venía la fantasmal aurora boreal que los acompañó desde el instante desde que se dejó de sentir frío, mostraba una afectiva sonrisa que resplandecía más que el metal del que estaba hecha y lo besaron con la gracia del día después de noche buena. Navidad, había llegado.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario