martes, 2 de mayo de 2023

Carta de Milenka

En alguna ciudadela de San Petersburgo, anteriormente Leningrado, 1961. Una infante nos relata lo siguiente:

 

Mi nombre es Milenka:

Hoy se cumplen ocho meses desde que practico mis clases de piano, comienzan por las tardes los días martes y jueves de las cuatro hasta las seis de la tarde. Me molesta en ocasiones asistir, mis papás no supieron que hacer conmigo por mi imperactividad, me gusta mucho jugar y brincar sin parar. A mi madre no parece gustarle mi manera de ser y además dice que, para llegar al 'matrimonio', debo de tocar el piano. Papá dice que me sale bien, que lo ve en mis manos.

           Pronto paso a la habitación de menesteres, el cuarto tiene un piano negro muy al fondo por la pared y parada cercas de él me está esperando la popular maestra de música, Olga Petrova. Su cara es la misma que la de las tardes atrás, luce floja, gris y triste. La quiero mucho y somos muy buenas amigas. Ella me vé y se voltea hacia mí y hace una lenta inclinación, yo le doy el mismo saludo de manera respetuosa. Me acerco al banquillo y entonces oigo por la ventana a las codornices, a los niños que están jugando sin mí y a mi mamá hablando con su amiga. Luego tomó asiento y la maestra Olga, al igual que cada clase, se coloca de lado a otra de las sillas y es cuando me dice:

 

¿Me podrías enseñar lo que aprendiste? Su voz es casi como música, es amorosa y lisa.

 

Entonces comienzo a usar mis manos e interpretar la pieza, no sin antes prestar atención un ratito a la matroska que está sobre la caja de música del piano. Toco la pieza ‘El segundo Waltz’, al pasar la melodía mis dedos se ponen inquietos y una que otra nota es fallada. Dos gotas bajan por mi mejilla, puede que de lágrimas o de sudor, no les debo de prestar atención. La maestra estrictamente hace una respiración de mucha decepción, mis nervios se enderezan y retomo la calma hasta completar el último compás del aburrido Waltz. Al finalizar, un frío que se adueña de mi corazón y que casi lo hace dejar de latir me silencia. Ese silencio me deshace y me aterra, se extiende por las teclas, por la sala y por toda la casa. Ahora, una vez que el silencio se repartió en todos lados, quiero voltear a ver a la maestra Olga, pero ella me detiene con su pesada respiración y dice en su voz de algodón:

 

Te equivocaste…

 

Yo la interrumpo, estoy titubeando en lágrimas:

 

 —...e … es … que … yo … yo … t … ta.

 

Me responde sin vacilo:

 

¡Vuélvelo a interpretar!

 

Escuché como dijo la oración sin cariño. Yo iba a decir que era porque estaba nerviosa. Ella sigue con la clase diciéndome:

 

Y no te equivoques mi serdtse.

 

Le hago caso, pero los errores siguen y siguen. Me siento mal de pensar que, de seguir fallando, no tendré un príncipe al cual enamorar para vivir felices hasta siempre en nuestro castillo arriba de las nubes. La maestra Olga es como mi hermana mayor, pues mi mamá y yo no hablamos mucho. Habló más con Olga pues al terminar las dos horas de clase de piano platicamos de diversos temas, yo le cuento cosas que no me gustan de lo que pasa en mi semana y ella me oye. Hoy le dije que conocí a un niño que se llama Nikolay y es mi amigo, ayer saltamos tomados de la mano en el patio. La maestra una vez me hizo saber que cuando era una niña soñaba con ser una famosa tocadora de saxofón. La aprecio.

 

Si sigo con las clases de piano, yo me casaré con Nikolay. La maestra aún no sabe.

 

Esta fue la carta encontrada de Milenka, para el mundo.                                             

No hay comentarios.:

Publicar un comentario