miércoles, 31 de agosto de 2022

Verano de letras



Fue desposado de un mar de pesares. Encontró la literatura en una tremenda y colosal montaña de libros en casa de sus padres, que desde niño, evitaba que su cabeza siguiera sucumbiendo por el perpetuo, seco, callado y profundo hueco de la depresión. 

Con los años, el amor a las bellas letras lo volvió una persona más viva, altiva y activa. Eso fue años atrás, ahora era un adulto maduro en su casa, se acercó a una de las repisas para toparse de frente con la lateral de varios libros. Estaban unos que contenían temas serios que en este mundo mucha gente ignora, de información acerca de los estragos de las guerras hasta un poco más del siglo X, otros que ilustraban al lector la agonía que vive la gente en época de conflictos bélicos cerca de las tierras del mediterraneo, la formación religiosa de estos lugares y cómo la falta de un estado consolidado los suelta sin correa a una fortuna que mucha veces no sonríe a su gente. En otra de las repisas de la misma manera existían libros que exploraban lo más jugoso del pensamiento y su naturaleza, una fila si apenas con más de veintitantos libros, pues la repisa no era muy ancha.

Él se paró en esa recamara a echar una ojeada a los libros, y recordó por un breve instante a aquella oración de su tan veneradísimo Nietzsche acerca del abismo, vio los libros al igual que un pozo profundo y pensó ¿Habrían sido los libros quienes esperaban ver algo más más allá del vacío corpóreo de un hombre de cuarenta años? En la tercera repisa, la más elevada, que era distante y por lo tanto ahí estaban los ejemplares en los que no tenía mucho interés, escondía allí novelas que ya en una que otra hoja redactaban relatos acerca de la conexión del protagonista con Dios, sí, era su repisa que tenía para uso exclusivo de contenido novelístico y teológico. Pasajes acerca de la búsqueda del hombre científico por resolver el indescifrable vínculo entre el caos y el orden, y que magistralmente divergió hasta llegar al homo sapiens, un espécimen con consciencia que se identifica a imagen y semejanza de un padre hechor supremo. Desde el homínido primitivo si apenas bípedo, hasta aquélla criatura que terminó resolviendo los enigmas más absurdos de esta vida tan simple, y que para colmo, lo llamamos sapiens, un méndigo ser pensante. Esos y otros libros estaban albergados en las repisas de su cobertizo. Prefirió alejarse de esa repisa, pues era demasiado para él y su mal humor en ese momento, pensó que tal vez lo que estuviera sobre esa repisa lo dejaría para el verano tardío. Así en otoño sería posible entrar en esos sentimientos sin tanto estricote, pero hoy en cambio, no lo prefería así, ya que el otoño era para él una época en dónde las ramas de los árboles se caen de color escarlata y pasan a tapizar lo que sea que haya debajo de éstas y en la que los crepúsculos tiñen de cálidos colores los cielos con puros arreboles. El otoño a diferencia de la primavera no es tan alegre, para él, su antojo literario debe corresponder a la alineación de los astros. El cuerpo celeste Tierra rota sobre su propio eje y se traslada alrededor del Sol para terminar creando las cuatro estaciones que conocemos, y para él, la sincronización celestial es de suma importancia cuando se trata de aterrizar en su honda lectura. A diferencia del otoño, a la primavera le quedan los cuentos cortitos, encajan por Marzo los relatos de mediano nivel intelectual, lecturas para escolares de secundaria a lo mucho. Tal vez leería el Principito, o puede que le convenga retomar las novelas del desconocido Manuel Altamirano, una experiencia exquisita para su exigente estándar de lectura. Pero era Agosto, pronto iba a entrar la segunda mitad del verano y él quedaría expenso a la sed de obras profundas antes de darle la bienvenida al otoño. Podrían ser cualquiera de los ensayos de Nietszche, o una tercera pasada a la Metamorfosís de Kafka y coronarse con aquel manjar de bibliotecario y ufanarse con antologías del Marques de Sade. Y así, en las inmensas aguas de la cognición, metacognición, filosofía, reflexiones destructivas y pensamiento autodestructivo él sobreviviría tan solo cubriendo adecuadamente el tiempo de verano que restaba con libros. Confinado en aquella casita, contaría su no tan vasta lista de lectura con los dedos y él estaría bien, y para el final del día poco antes de dormir, antes de perderse en las oscuras cadenas de su psique, él sabría al menos que con su catálogo de lectura habría ganado un poco de humaninad, y con eso le bastaba para estar bien seguro que durante el estío que faltaba no perdería ni un solo rastro de su propio ser, continuaría siendo el mismo humano que a cada instante se identifica cómo enemigo de sí mismo y que, a continuación, levanta armas para evitar hacerse garras a sí solo. Las pases estaban bien entre él y su apetito de erudito... o al menos por ahora, en el verano de letras.


Luis C. Núñez G.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario