El Señor
Sonrisas
Recuerdo
con total plenitud el día que el señor sonrisas llegó a mi vida. Me encontraba
sentado en el sofá de la sala, viendo una de las tantas series de netflix que son
canceladas al año. Me sentía relajado, todavía en pijama y desayunando cereal
en mi tazón de cerámica favorito.
Escuché
unos golpes pequeños que tocaban a mi puerta, me asomé a ver, pero no vi nada.
Me disponía a dar la vuelta y regresar de nuevo al sofá, en ese momento sentí
unos golpecitos en mi pierna derecha. Bajé la mirada y lo vi, era el señor
sonrisas.
Un
hombrecillo de cincuenta años de edad y ochenta centímetros de estatura, vestía
de traje con bombín, y tenía un bastón con el que se apoyaba para caminar; pero
lo que más sobresalía sobre su persona era: su larga y enorme sonrisa de luna
menguante. Los dientes los tenía de un color amarillento producto de su
adicción al cigarro, las encías eran rojas como un bulto de carne y de alguna
forma me sentí identificado con esa sonrisa, que lo único que se me ocurrió
decirle fue que si gustaba pasar a hacerme compañía.
El señor
sonrisas se puso cómodo en el sofá, en ese entonces no hablaba, solo tenía esa
sonrisa enigmática que me atrapaba. Todo el día nos la pasamos escuchando el
ruido de la tele, porque mi cabeza no retenía lo que pasaba. Por la
noche, quise despedirlo, que se marchara, tal vez podría volver el día de
mañana, pero no pude correrlo de mi casa. Las palabras se me fueron de la boca
cuando vi su sonrisa.
Acerqué
una silla al lado de la cama, era lo único que tenía para ofrecerle. Me acosté
en el colchón y me cubrí con una sábana, él se sentó en la silla, y se la pasó
fumando cigarros. El aroma del tabaco penetró en mi nariz, y lo último que
recuerdo antes de dormir fue que llegué a contar 365 esporas de moho que
manchaban el techo de la habitación.
Al
despertar me sentía fatigado, fue de esos sueños en los que solo pones la
cabeza en la almohada, cierras los ojos y ya es un nuevo día. Él seguía sentado
en la silla, fumando y sonriendo. Me levanté de la cama, me aliste para salir a
correr, siempre bajo la sombra del señor sonrisas.
Usualmente
corría diez vueltas al parque, ese día solo pude con dos. No tenía ganas de
hacer absolutamente nada. Voltee a ver al señor sonrisas que se encontraba
sentado en una de las bancas del parque, cuando hicimos contacto, él asintió
con la cabeza, con esa sonrisa de siempre, pero ahora con una mirada de
complicidad que rayaba en la lujuria.
Me
reporté enfermo en el trabajo, de nueva cuenta nos sentamos en el sofá y
escuchamos el ruido de la televisión. Esperamos que dieran las once de la
mañana y ordenamos una pizza. El señor sonrisas nunca comía, siempre me
terminaba comiendo su comida.
Con el
pasar de los días, empezó mi debacle. Deje de asearme, deje de salir a correr,
me corrieron del trabajo, me empecé a llenar de pensamientos…de malos
pensamientos. Los buenos recuerdos se enjaularon dentro de mi mente, fue como
si me los hubiera borrado, cada vez que hacía un esfuerzo para llegar a ellos,
lo único que veía era la sonrisa del señor sonrisas.
Para
subsistir comencé a tomar dinero de los ahorros que tenía guardados para uno de
mis máximos sueños, viajar en el ferrocarril transiberiano, con el tiempo me
termine todo y para seguir sobreviviendo tuve que vender mi colección de
monitos, mis libros, mis muebles, cualquier cosa que me pudiera dejar un
ingreso iba y lo empeñaba. Lo único de lo que no me pude deshacer fue de la
televisión, porque me encantaba escuchar el ruido que salía de ella.
Con la
mirada clavada en la nada, pero escuchando las conversaciones de las películas
y de los videos, conversaciones que eran olvidadas al segundo de procesarlas.
Me pasaba lo contrario con la música, comencé a destruirme. Las letras de las
canciones penetraban con una sensibilidad impresionante en mi corazón, eran
como ráfagas de balas que lo agujereaban. Deliraba, y gritaba, me ponía a ver
el techo, pensando en todo y pensando en nada. Las lágrimas me resbalaban,
tenía los ojos hinchados de tanto llorar. El cabello largo, la panza ancha y la
barba desaliñada, me urgía abandonar ese sentimiento, pero la horrorosa sonrisa
del señor sonrisas eclipsaba todo.
Los días
previos al final, era presa de la paranoia, de los ataques de pánico y de la
ansiedad. Mis sentidos estaban tan agudizados que escuchaba con demasiada
potencia cada vez que el señor sonrisas le daba una calada al cigarro. Sentía
como si mi cabeza fuera a explotar por ese sonido, le pedía de favor que dejara
de fumar, pero él solo sonreía. Tenía mucho miedo de quedarme dormido, pues
temía que ya no podría despertar. Cuando me quedé inmóvil dos días seguidos
sentado en el sofá con el televisor apagado, el cerebro anestesiado, los ojos
hundidos en ojeras y oliendo el perfume del tabaco, fue la primera vez que el
señor sonrisas dejó de sonreír y hablo con una voz ordinaria, se parecía mucho
a la mía y dijo:
—Mañana
por la mañana daremos un paseo por la montaña.
Yo no
respondí, sumido en la tristeza solo podía enfocarme en la sonrisa de oreja a
oreja que se le había formado después de decir la palabra montaña. Esa noche me
mantuve en vela toda la madrugada, cuando los primeros rayos del sol iluminaron
la habitación, salimos de la casa a dar el paseo.
En ese
entonces vivía cerca de las faldas de un cerro. El señor sonrisas tomó la
batuta y empezó a marcar el camino, de vez en cambio volteaba y me hacía
ademanes con las manos de que lo siguiera, eso lo emocionaba, daba pequeños
saltos de alegría. Jugaba con el bombín, se lo quitaba y se lo ponía, y bailaba
de felicidad. Jamás lo había visto feliz, solo lo había visto sonreír.
Luego de
subir por horas las piedras, de ver a los pájaros volar por los aires, de pasar
cientos y cientos de árboles, llegamos a un barranco. Me sorprendió como el
señor sonrisas no batallaba para trepar por los riscos, y que nunca paramos a
tomar un descanso, teniendo en cuenta que para caminar necesitaba de un bastón
como apoyo. La vista era increíble, se podía ver toda la ciudad, te dabas
cuenta de que no somos absolutamente nada. Me acerque al barranco y me dio
vértigo, era de gran altura, los zopilotes se veían como un pequeño punto al
horizonte y los árboles y los riscos parecían adornos en miniaturas.
— Salta,
descubre si te caerás o volarás, vamos tu puedes, ¡SALTA!
Las
palabras del señor sonrisas me llenaron de adrenalina, vi el fondo del barranco
y me imaginé tirado en él. ¿Pasarían horas, días o semanas para que alguien
descubriera mi cuerpo? ¿Alcanzarían los zopilotes a darse un festín con mi cadáver?
o ¿Todo esto es una locura y volaré como vuelan las águilas entre las nubes?
Cuando
apenas iba agarrar impulso para lanzarme, una voz que era parecida a la mía,
habló dentro de mí y me dijo que no lo hiciera. Me menciono que si yo pudiera
ver lo que el destino me tendría preparado, no le estaría haciendo caso a la
sonrisa, al contrario, estaría feliz e impaciente por lo que aún queda
por venir.
Solo me
bastaron unos segundos para saber lo que tenía que hacer, me gire hacia el
señor sonrisas y cuando me vio mi rostro su sonrisa desapareció. Pude ver la
desesperación en sus ojos, lo tomé de la nuca y lo lancé con todas mis fuerzas
al barranco. Tenía la respiración agitada, estaba empapado en sudor y me dejé
caer al suelo. Las lágrimas de mis ojos remojaron la tierra, solo que esta vez
no eran lágrimas de dolor, eran lágrimas de libertad y alegría. Cuando me
tranquilice, me asomé al barranco, quería verlo con la cabeza partida o con el
cuerpo hecho pedazos, pero para mí sorpresa no había rastro alguno del señor
sonrisas.
Escribo
estas palabras maravillado y con unas tremendas ganas de vivir, unos años
después desde el ferrocarril transiberiano. En este instante voy cruzando los
prados verdes y el cinturón de montañas en Mongolia, ya recorrí los paisajes
nevados de Rusia, y mi meta es llegar a la ciudad prohibida de Pekín en China.
Creo que es el momento idóneo para dejar atrás de una vez por todas al señor
sonrisas, terminaré de escribir su historia y tiraré la hoja por la ventana.
Ahora él vivirá enjaulado en mi memoria como el mal sueño que es. Si alguna vez
el señor sonrisas te hace una visita, no tengas miedo; recuerda que por las
noches estará la luna, y por las mañanas el sol, y juntos nos guiarán en el
camino, pero sobre todo recuerda: que lo mejor aún está por venir.
Luis
Angel Nuñez.
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