lunes, 5 de agosto de 2019

El Desierto del Olvido


Por J.M. Ramzzo

La arena es cálida y con cada paso que doy me siento más perdido, mi mente ha comenzado a olvidar cosas fundamentales; mi nombre, mi edad, las pequeñas remanencias de lo que una vez llegó a ser mi vida. 

La arena es cálida, suave y reconfortante. El día se ha fusionado con la noche, el sol y la luna lograron estar juntas después de eones. El tiempo se detuvo y la realidad se desdobló. No logro recordar quien era, ni a mis padres o mis hermanos, aunque, ¿Quién me asegura que tuve padres o hermanos? ¿Qué es un padre y un hermano? Lograr pensar en conceptos tan abstractos me hacen querer recostarme y caer en el completo olvido, dejarme llevar por la marea y convertirme en la incertidumbre propia, ser y no ser, existir y a la vez no hacerlo, ser parte del viento, el mar, la arena y las estrellas. 

He logrado comprender que soy nada, el panorama inmutable es prueba de ello, ese salvajismo del que está dotada la naturaleza deja entrever intenciones inconexas y sin sentido, que en apariencias plasman la maravilla cósmica, como pintor que traza con exactitud un lienzo infinito.  

Sin un margen tangible que me diga si es día o noche, cuantos días, meses o años han precedido, decidí caminar, caminar y caminar hasta encontrar la paz que me es necesaria. No tomo descansos puesto que no siento cansancio, no me alimento ya que no existe vida y necesidad en este plano; la única compañía que tengo son aquellos dos bellos astros que parecen observar con detenimiento mis acciones, pareciera que son capaces incluso de saber qué es lo que pienso.  

Comencé a escuchar voces la otra vez, pequeños murmullos en la lejanía, a pesar de que seguí las voces jamás di con alguien, parece ser que los murmullos provenían del cielo, como si el aire arrastrara conversaciones encapsuladas en el tiempo que perduraron hasta ahora. 

Algo extraño sucedió, en mi largo recorrido el camino no parecía cambiar, incluso veía el horizonte y permanecía inmutable, un mar infinito y un camino de arena que parecía no terminar, pero, no sé en qué momento cambió el ambiente, en algún punto entré a un desierto, el mar desapareció y el sonido de las olas ha sido sustituido por un “tic tac”, de vez en cuando se sobrepone el sonido de un péndulo o engranajes, incluso estoy seguro que llegué a escuchar el cuco de un reloj. 

Arribé a una ciudad de dónde provenía el ruido de reloj, grande fue mi impresión ver que efectivamente cientos de relojes se encontraban esparcidos por todo el recinto, lo curioso es que desde que vi a lo lejos la ciudadela dejé de notar el “tic tac” y una vez aquí, todos los relojes se encuentran detenidos 

En mi recorrido por la ciudad soy testigo de la grandeza del lugar, por alguna extraña razón transmite una nostalgia inexplicable; las casas, parques, calles y edificaciones se encuentran cubiertos por una fina capa de polvo de arena, que dotan de un hermoso color cobrizo todo el sitio. Al centro una gran torre yace posando plácidamente, rodeado de una muralla en la que miles de símbolos y signos se encuentran plasmados, esta simbología me causa un desasosiego muy particular, como si intentaran revelarme y decirme secretos y misterios que yerguen en todo este plano de existencia. Siento la morbosa necesidad de arrodillarme ante la majestuosa torre, en su punta una campana inmóvil pende de ella. Procedo a ponerme de rodillas, toco ligeramente el gran monumento y la campana comienza a sonar, cierro mis ojos y el sonido se intensifica, siento las vibraciones penetrando en mi alma. En un instante cesa el estrambótico ruido, un frio aire recorre mi rostro, un terrible escalofrió me hiela la sangre, temblando y aun con los ojos cerrados percibo como el ambiente ha cambiado, ya no siento esa calidez en la arena ni en el entorno, me siento abandonado, me pongo de pie y abro los ojos, después de tanto tiempo ha caído la noche, el sol y la luna se han vuelto a separar, la luna incandescente y bella como ella sola se encuentra solitaria como yo. La ciudad desapareció, el desierto me engulló de nuevo y a lo lejos alcanzo a percibir una extraña edificación, allí se encuentra mi destino. 

Mi cuerpo comienza volverse más pesado, el aire me empieza hacer falta, la oscura noche me hace sentir intranquilo, en la lejanía un monumento de gran altura espera mi llegada pacientemente, parece ser la figura de un hombre, de un gran dios diría yo, su grandeza es tal que su pecho y rostro me son imposibles de apreciar ya que las densas nubes oscuras lo cubren por completo, siento como si en cualquier momento éste empezará a moverse para hacer el llamado de los últimos tiempos. 

He dejado de sentir mis piernas, mis brazos acalambrados se tornaron morados y débiles, no sé el aspecto de mi cara, pero a juzgar por mis manos estoy seguro que luzco como un muerto, un cadáver andante recorriendo estos paramos fuera de toda comprensión. 

El exhaustivo viaje hace que quiera rendirme, darle fin a esta tontería, a este terrible sueño. Llegué a unos pilares que forman un camino hacia la enorme figura hecha de piedra, un esfuerzo final es lo único que necesito para dar con mi destino, en mi mente visualizo lo que me espera al llegar con el gran hombre, con aquel dios inmóvil. 

Me encuentro en la entrada de un túnel, parece que guía directamente a los pies del monumento, así tenga que ir arrastrándome, llegaré a mi destino. 

El túnel es amplio y profundo, a los lados cientos de estatuas lo resguardan, guardianes de aspecto egipcio con una lanza en sus manos que vigilan a todo aquel que entre a este lugar, aquellas figuras no tienen rostro, solamente un par de hendiduras dónde estarían los ojos, unas flamas tenues dentro de ellas parecer ver mis movimientos. 

Falta poco, solo un par de pasos más, puedo ver la luz del final del túnel, dos grandes hombres de metal de rodillas con enormes alas me dan la bienvenida. Una vez allí observo con detenimiento; en el cielo un planeta azul está a punto de impactar este mundo. El gran humano, el enorme dios está incompleto, su estado general es deplorable, su torso y cabeza que ocultaban las nubes, yacen en el suelo en los pies de lo que queda de él, destruido y dañado, dejando irreconocible el rostro de aquel ser. Mi cuerpo no da para más, miro por última vez a mí alrededor, con una profunda tristeza dejo escapar un par de lágrimas, y mi destino al igual que el gran dios es el completo olvido. 

Fin. 

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