domingo, 19 de mayo de 2019

Página en Blanco


Por J.M. Ramzzo

Pensar es la forma en la que algo se crea, nace. Por alguna razón todo se reinicia a partir de un punto en nuestra existencia, bajo reglas preestablecidas en las que, después de un rato, todo vuelve a retornar a su “yo” original. Las ideas creativas tienen una tendencia de acoplarse a cierta ficción que moldea una realidad inexistente, pero con vida e historia por sí misma.  

En un cuarto blanco se encuentra mi mente, mi yo etéreo, sin ningún propósito claro, de hecho, la propia capacidad de pensar es un pincel que mancha de letras la habitación vacía. En un momento aparece un árbol al centro del panorama, un árbol grande, enorme, tan grande que pudiéramos decir que el propio universo se encuentra arrecholado entre sus ramas, ramas tan fuertes que cargan un peso de tremenda magnitud que, si no fuera por su robusta postura al centro de la habitación, se terminaría cayendo y hundiendo en un lago infinito de ideas.  

Al costado del gran árbol se encuentra un río, consigo lleva pensamientos de todos los lugares, de niños pensando en comer golosinas o el nuevo programa de televisión, de un par jóvenes enamorados que andan por caminos separados esperando encontrarse y verse a los ojos de forma tierna, un grupo de ancianos que juegan y ríen como infantes, despreocupados y felices de la vida. El río debe desembocar en algún lugar, algún lugar del cual desconocemos, y del que somos incapaces de comprender.  

Por alguna razón también se desconoce dónde inicia el gran río de pensamientos, tengo la sensación que no tienen origen, simplemente existe, dibujando trazos perfectos que relatan historias y anécdotas que quizá hayan sido verdad, pero y es que, si me preguntan, ¿Qué es la verdad? No pudiera dar una respuesta clara, y es que por más que quieras esforzarte es completamente imposible, la sola actividad de intentarlo, hace que no estés en el “ahora”, así que, como el río, el agua corre en una sola dirección, intentar ver lo que ya se recorrió deja entrever una historia distorsionada por el pasar del tiempo, que solo podrá ser imitada por nuevos cauces de agua intentando igualar lo que hace unos momentos fue.  

Entonces ¿Qué queda de nosotros? Primero tendríamos que ver que es “nosotros”, quien nos dice que somos entes individuales y no un complejo colectivo enredado que cumplen la función de neuronas motoras que por sí mismas parecen distintas, pero trabajan en conjunto creando una máquina de engranes orgánicos. 

Si me permiten, intentare entender la fisionomía de la vida. En un punto de la historia fuimos una página en blanco, sin concepción, simplemente un plano vacío, un lienzo limpio y liso, pero algo cambió, azares del destino o tal vez el pensamiento resguardado por siglos, milenios y eones resurgió y dio a luz a una obra en constante cambio. Y es que para el artista no hay obra inmóvil, la sola apreciación del espectador crea una encrucijada de emociones diferentes de ojo en ojo, otorgando vida a un objeto que por inercia no cuenta con ella. Igual con la existencia, no existimos hasta el momento de ser observados, de ser “pintados” e inmortalizados en aquel lienzo eterno que parece inmóvil, pero en constante cambio para la vista.

Al final ¿Cómo surge el pensamiento? No se sabe. Somos pensamiento, así otorgamos valor y significado a letras inocuas, estériles. Preestablecemos todo y dejamos que esas letras hablen por sí solas, teniendo vida y pensamiento propio, el árbol es real al momento de pensarlo, el río es real, tu y yo somos reales si lo pensamos. Imagina que dejáramos de pensar, volveríamos a la página en blanco, a dormir en el lecho de la inexistencia, así como cerramos un libro cuando lo terminamos, que vuelve a la repisa esperando cobrar vida y existir de nuevo, cómo un lienzo blanco esperando ser pintado...  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario